domingo, 12 de octubre de 2014

La dueña del nombre

La dueña del nombre

Cada vez te veías obligado a comparecer delante de ella con más frecuencia. Debías mirarla a sus grandes ojos inquietos, su boca torcida en una sonrisa traviesa, sus manos finas sobre la mesa de ébano. Entre vosotros tu viejo cuaderno de cuero desgastado y la pluma del ave fénix que tanto te había costado conseguir. Podías notar el calor y el poder que ésta emanaba.
Y mientras esperabas, rodeado del silencio que precede la tormenta, no podías evitar sentir una profunda desazón.
La habitación a la que siempre te ves arrastrado, blanca, vacía, escueta. Aparte de la hermosa y anticuada mesa de ébano, hay dos sillas rojas.
Antes de que ella te lo diga, te sientas, tus ojos fijos en el diario. Tu corazón todavía está tranquilo, retumba suave contra tu pecho en un ritmo que te recuerda a las gotas de agua que caen lentas pero sin pausa un rato después de que amaine la lluvia.

—¿Cómo te encuentras esta mañana? —ella sonríe, enseñando sus dientes marfil. Sus labios son gruesos y deseables. Se le forman hoyuelos en las mejillas.

No le respondes. Realmente no quieres hacerlo.
Lo único que quieres es levantarte, arrebatarle el libro ajado y la pluma, y salir de allí corriendo todo lo que tu cuerpo te pueda permitir.
Tu silencio no parece agradarle, porque frunce el ceño y su rostro ovalado toma un matiz más oscuro, siniestro.


—Contéstame —demanda.
Tu boca permanece sellada. Sabes que si sigues así, lo que ocurra después será peor. Más doloroso.
Aún así, no quieres darle el gusto de que oiga tu voz por tu propia voluntad. Dejaste de ser libre, desde el mismo momento que tu libreta y la pluma dejaron de ser de tu posesión.

Ella levanta una mano y con fuerza inusitada, aporrea la mesa. Su rostro está crispado por una furia animal, incapaz de ser controlada. Sus ojos irradian una maldad que, antaño, jurarías imposible en un ser tan benevolente como lo fue ella.

—Ahora eres mío, harás lo que yo escriba —su mano izquierda se aventura a buscar la pluma que, una vez en contacto con sus dedos, empieza a brillar con una luz intensa como el fuego frío, pero de colores tristes, oscuros.

Cuando ves que se hace con tu pluma y su otra mano abre tu cuaderno, tu corazón da un vuelco que sientes que se te perderá al igual que tu nombre.

Tu diario tiene miles y miles de hojas escritas, con diferentes estilos de tipografía y distintos colores. Ella avanza con sus dedos finos por aquellos pergaminos ya mancillados, hasta llegar a una página en blanco.
Coloca la pluma encima y aprieta los dedos. De la punta, casi rozando la pureza del cuaderno de cuero viejo, surge una lágrima de oro. Te ves reflejado en esa pequeña esencia de vida.

Vuestras miradas se cruzan durante un segundo que se hace infinito. Mantienes tu rostro impasible, seguro de no querer demostrarle ni un ápice de tu decadente estado emocional. Ella se pierde en tus ojos, profundos como el universo. Tú te ahogas en el mar de soledad que inunda su alma.
La gota de metal preciado cae en la hoja del cuaderno y lo mancha.
Un dolor terrible e indescriptible se adueña de ti. Ya ha empezado otra vez. Una vez más te ves sometido. No puedes escapar.

—Esto es solo el principio —con su voz aterciopelada, te está asegurando un destino que ya conoces.
Ella besa las páginas con la punta de la pluma de fénix, cuyo núcleo está contaminado por odio. Se oye el rasgar de las palabras, robándote la integridad.

«En cuanto
ella acabe de escribir, me levantaré de mi silla. Le sonreiré con aquella sonrisa torcida que tanto le gusta. La miraré fijamente a los ojos, mientras me acerco con delicadeza. Me acuclillaré a su lado, cogeré su mano entre las mías y la acercaré a mis labios; rozaré su piel con mi nariz, deleitándome en su aroma. Besaré sus nudillos, porque ella es mi princesa. Después me incorporaré, empezaré a sentir como el corazón se me acelera cabalgando salvaje contra mi pecho. La ayudaré a ponerse en pie, la envolveré con mi cuerpo. Sentiré magia en todas las partes donde mi piel toque la suya. Colocaré una mano con cuidado en un lado de su rostro y la otra en su espalda. Mi aliento se confundirá con el suyo, pues nuestras frentes estarán tocándose, imantadas. Me sentiré como si una ola de mar bañase mi cuerpo con calor y afecto. Acercaré una vez más mis labios, pero esta vez atraparé su boca, en un beso que llevo anhelando desde la primera vez que la vi. Al separarnos, le susurraré al oído mi nombre robado. Y antes de volver a mi cárcel, le juraré mi amor eterno.»

La pluma se detiene. Cierra el cuaderno. El dolor en el cuerpo te está matando. El rostro empieza a crispársete, pues aunque sientes repugnancia, al mirarla, tienes la necesidad de sonreírle. Te aferras a la mesa con las manos, pero éstas empiezan a perder la fuerza. Las piernas te obligan a ponerte de pie. Sientes su mirada clavada en ti y en cuanto vuestras pupilas conectan, la poca fuerza de voluntad que te quedaba desaparece, y las palabras doradas del cuaderno se adueñan de ti.
Le sonríes. Te acercas a ella. Te acuclillas, la hueles y besas su mano.
Por fuera pareces feliz, enamorado. Por dentro estás aterrorizado. Desesperado. Asqueado.
Te levantas, sientes como la adrenalida recorre tus venas y dispara la velocidad de tu corazón. Su cuerpo se pega al tuyo y sientes ardor donde vuestras pieles se tocan. Os fundís en un beso y tienes ganas de vomitar, pero nada sube por tu garganta. El beso se hace terriblemente largo y desagradable. Tienes miedo.
En todo momento, los ojos de ella brillan. Radiante, invadida por un amor artificial.
Tus labios se pegan a su oreja y susurras tu nombre que ella robó, quién sabe hace cuánto.

Unos segundos después, le recitas un poema antiguo como el mundo, de cuando las estrellas titilaban en el cielo infinito y nada las ocultaba del ojo curioso. Le juras que tu amor por ella es eterno, como las hadas que bailan incansables en el firmamento. Ella te sonríe, al fin separados.

—Has estado estupendo, como siempre.
No le contestas, ya no puedes. Todo tu ser secuestrado, todo porque una vez, hace tiempo, le confiaste tu verdadero nombre.
Se coloca al lado de la mesa de ébano, recoge el cuaderno de cuero envejecido y la pluma de fénix que tanto te había costado conseguir. Ambos están más estropeados, rotos.

—Nos vemos mañana —te dice.
Sale de la habitación blanca por una puerta escondida que solo ella puede ver.

Una vez solo, caes de rodillas al suelo blanco. Tu cuerpo empieza a temblar y te tiras con fuerza del pelo, devastado. Una única lágrima dorada sale de tu ojo derecho, camina por tu rostro y en tu barbilla se sostiene durante unos segundos hasta que cae al suelo, ahora contaminado. Exactamente el mismo final; cuando te enamoraste de ella, aquella primera vez.

2 comentarios:

  1. Creo haber entendido la historia, pero siento que está envuelta en mucho misterio y metáforas que quizá he pillado y quizá no. Aún así, muy interesante, espero leer cosas del mismo estilo pronto.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, hay opiniones para todo. Quién no entendió nada pero le gustó, quién no la entendió y la aborreció. Quién la entendió y le encantó y quién la entendió y le pareció horrible.
      Cierto es que hay metáforas en este breve relato que son el libro y la pluma.
      El libro representa la vida del protagonista y la pluma, el destino de éste.

      Un saludo.

      Eliminar