viernes, 24 de abril de 2015

Si tuviera corazón.

Desde que te vi por primera vez aquella luna llena de otoño, todas las noches esperaba en el mismo lugar, a la misma hora a que tu figura raquítica asomara recortada por la luz de las estrellas.
Era extraño, y quizá eso y tu piel pálida me llamaran a seguirte, escondida entre la maleza, en tu ritual nocturno.
La poca iluminación solo me dejaban ver tu rostro claro y tu camisa blanca. El resto era negro, telas salidas de la mismísima boca de lobo.
Tu caminar es tranquilo, silencioso y seductor. Me sorprende que, incluso cuando te mueves por los caminos de tierra, apenas se oye tu pisar.
Eres joven, una flor, mi galán de noche.
Ojalá tuviera el valor suficiente de acercarme y cantarte mi nombre, perderme en tus ojos de ónice y deleitarme con el delicioso olor a jazmines, que a tu paso flota en el aire.
La soledad es parte de ti. A tu alrededor juraría ver hadas danzar, entonando hermosas notas que se funden en la chaqueta de tu traje.
Me intuyes, pero no me ves. A veces giras la cabeza y buscas, entre las ramas caídas de los árboles. No pareces asustado ni preocupado. Solo curioso.
¿Me deseas, mi adorado desconocido?
Te daría mi vida con tal de que me regalases tu nombre.
Pero, no puedo evitar preguntarme, ¿si te confiase mi vida, me dejarías guardar tus secretos?
Sé porque paseas por el campo de noche. Te he visto hacerlo varias veces.
Justo debajo de la encina más grande y vieja, esperas.
Solía creer que te gustaba refugiarte del mundo bajo su manto protector, fumarte el cigarro que ilumina con leve fulgor tus rasgos afilados y después volver al averno de tu vida.
Ese infierno del que soy cómplice porque te necesito. Porque estoy enamorada de ti.
Sin embargo, llevas a cabo actos de los que no te imaginaba capaz. Quizá porque antaño te creía un ángel caído, perdido en mi realidad, tus alas enterradas junto a los corazones de todas aquellas mujeres que se enamoraron de ti antes que yo.
Las he visto.
Se acercan a ti, imantadas, absorbidas por tu brillante sonrisa traviesa.
Tu las abrazas, las atraes a tu cuerpo y parece que os fundís, convirtiéndoos en un solo ente.
Entonces, con rapidez y precisión, desgarras la carne de tu acompañante, alimentando la tierra con su sangre. No hay gritos, su boca aprisionada en la tuya. Entre tus dientes.
Qué visión tan bella. Y terrible.
Devoras su esencia, pequeñas manchas nublan la perfección de tu piel, pero desaparecen en el negro de tu traje.
Apenas puedo contener mi aliento, observándote llevar a cabo actos atroces.
¿No se supone que los ángeles son seres benévolos?
Mi mente divaga mientras escondes los restos.
Quizá ella es como yo. Buscaba cumplir su deseo. Liberarse de estas ataduras terrenales a las que nos mantiene nuestro cuerpo.
¿Eres tú mi salvación?
No puedo evitar sonreír.
Tus ojos vuelven a moverse, buscando. Se fijan en mí, extendiendo mis brazos y esperando tu beso.

Libérame, ángel de la muerte.


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