Desde
que te vi por primera vez aquella luna llena de otoño, todas las
noches esperaba en el mismo lugar, a la misma hora a que tu figura
raquítica asomara recortada por la luz de las estrellas.
Era extraño, y quizá eso y tu
piel pálida me llamaran a seguirte, escondida entre la maleza, en tu
ritual nocturno.
La poca iluminación solo me
dejaban ver tu rostro claro y tu camisa blanca. El resto era negro,
telas salidas de la mismísima boca de lobo.
Tu caminar es tranquilo,
silencioso y seductor. Me sorprende que, incluso cuando te mueves por
los caminos de tierra, apenas se oye tu pisar.
Eres joven, una flor, mi galán
de noche.
Ojalá tuviera el valor
suficiente de acercarme y cantarte mi nombre, perderme en tus ojos de
ónice y deleitarme con el delicioso olor a jazmines, que a tu paso
flota en el aire.
La soledad es parte de ti. A tu
alrededor juraría ver hadas danzar, entonando hermosas notas que se
funden en la chaqueta de tu traje.
Me intuyes, pero no me ves. A
veces giras la cabeza y buscas, entre las ramas caídas de los
árboles. No pareces asustado ni preocupado. Solo curioso.
¿Me deseas, mi adorado
desconocido?
Te daría mi vida con tal de
que me regalases tu nombre.
Pero, no puedo evitar
preguntarme, ¿si te confiase mi vida, me dejarías guardar tus
secretos?
Sé porque paseas por el campo
de noche. Te he visto hacerlo varias veces.
Justo debajo de la encina más
grande y vieja, esperas.
Solía creer que te gustaba
refugiarte del mundo bajo su manto protector, fumarte el cigarro que
ilumina con leve fulgor tus rasgos afilados y después volver al
averno de tu vida.
Ese infierno del que soy
cómplice porque te necesito. Porque estoy enamorada de ti.
Sin embargo, llevas a cabo
actos de los que no te imaginaba capaz. Quizá porque antaño te
creía un ángel caído, perdido en mi realidad, tus alas enterradas
junto a los corazones de todas aquellas mujeres que se enamoraron de
ti antes que yo.
Las he visto.
Se acercan a ti, imantadas,
absorbidas por tu brillante sonrisa traviesa.
Tu las abrazas, las atraes a tu
cuerpo y parece que os fundís, convirtiéndoos en un solo ente.
Entonces, con rapidez y
precisión, desgarras la carne de tu acompañante, alimentando la
tierra con su sangre. No hay gritos, su boca aprisionada en la tuya.
Entre tus dientes.
Qué visión tan bella. Y
terrible.
Devoras su esencia, pequeñas
manchas nublan la perfección de tu piel, pero desaparecen en el
negro de tu traje.
Apenas puedo contener mi
aliento, observándote llevar a cabo actos atroces.
¿No se supone que los ángeles
son seres benévolos?
Mi mente divaga mientras
escondes los restos.
Quizá ella es como yo. Buscaba
cumplir su deseo. Liberarse de estas ataduras terrenales a las que
nos mantiene nuestro cuerpo.
¿Eres tú mi salvación?
No puedo evitar sonreír.
Tus ojos vuelven a moverse,
buscando. Se fijan en mí, extendiendo mis brazos y esperando tu
beso.
Libérame, ángel de la muerte.
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