martes, 23 de diciembre de 2014

Oh Muerte

Lo primero que vio fue el ataúd de roble abierto, en medio que aquella sala de mármol blanco. Una procesión de personas, todas de negro, lo rodeaban. Llorando. Rezando. Colocando rosarios o estampillas de santos. Tocando al muerto como si él todavía pudiese sentir esas caricias. O si acaso, que ellas pudiesen traerlo de vuelta.
Carlos miraba todo estupefacto. Las imágenes le parecían surrealistas.
Se acercó al féretro y el interior le devolvió la misma imagen que un espejo.
¿Cuándo se había muerto?
—¿Es esto una broma? —su mejor amigo pasó por su lado, el rostro crispado por el dolor y la angustia—. Pablo, ¿qué está ocurriendo?
Intentó tocarlo, pero entonces la mano de Carlos simplemente atravesó el cuerpo de su amigo, como si fuera mantequilla.
«No puede ser... Esto tiene que ser una pesadilla»
Entonces algo lo obligó a girarse. No fue un sonido, ni una visión, ni un olor. Simplemente sintió que debía hacerlo. La figura de una mujer trajeada de negro y blanco apareció delante de él. Era hermosa a la vez que tétrica. Era alta y a la vez baja. Estaba raquítica a la vez que obesa. Tenía hermosos cabellos color ébano, que al mismo tiempo eran plateados y fantasmales.
Una media sonrisa estaba pintada en su rostro, y su mano cadavérica se alzaba hacia Carlos, invitándolo a asirla.
—No, no. Por favor. Todavía no es mi momento —balbuceó el joven empresario.
—Sí, ya es la hora —respondió. Su voz era intensa y penetrante. Carlos se preguntó durante breves segundos si habría movido los labios o simplemente había hablado en su cabeza.
—No lo entiendes, soy demasiado joven. Estoy a punto de cerrar el contrato más importante de mi vida. Debo viajar. Tengo que asistir a reuniones... No, no puedo irme. No sabes nada.
La sonrisa no se borró del rostro de la mujer. Parecía acostumbrada ya a esos berrinches. Se acercó a Carlos y posó la mano en su hombro. Cuánto le gustaba el tacto de las almas frescas. La sensación la excitaba.
—¿Y qué puedes hacer al respecto? Nada puedes cambiar. El destino no está en tus manos, sino en las mías. Acéptame y déjame llevarte.
—Te ofreceré lo que quieras. Tengo mucho dinero, oro, joyas, diamantes, propiedades, ¡lo que desees es tuyo! —Carlos se arrodilló delante de ella. Sus manos entrelazadas en una plegaria que ningún dios podía oír.
Muerte sonrió.
«Estos humanos, se creen que pueden comprarlo todo. Qué incautos»
Acercó sus labios torcidos al rostro de Carlos. Su mirada era fría y oscura. No parecía tener límite, pues miraba a los rincones más oscuros y pecaminosos.
—No hay nada en todo el universo que pueda satisfacerme más que tu alma. La Muerte ya está aquí. Es tu fin —agarró con delicadeza las manos de Carlos y lo levantó del suelo.
El joven soltó un gemido de derrota.
—Tengo miedo, no me dejes solo, por favor.
Muerte siguió enseñando su sonrisa torcida.

—Nunca más estarás solo. De ahora en adelante, estarás para siempre conmigo —con ternura posó sus labios en los de Carlos.


1 comentario:

  1. Así es la Muerte, siempre detrás de los que no la quieren y esquiva para los que la desean, presa del dolor.

    Un saludo.

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