El
viento te trae su nombre, susurrado con ternura. Y como siempre, hay
melancolía envuelta en las letras.
Te
dejas abrazar por la amargura del recuerdo, de la pérdida. A pesar
de que nunca has llorado antes, una lágrima escapa y besa tu
mejilla; cae en la tierra húmeda por la sangre de aquellos que
dieron sus vidas en una guerra contra dioses, que dejó al mundo
sumido en muerte, caos y dolor.
Levantas
la vista del suelo y observas el campo de batalla, miles de cuerpos
descomponiéndose entre los brazos de aquellos que todavía no
quieren aceptar el destino, y llenan el silencio de la muerte con
sollozos rotos.
Tus
ojos se clavan en un hombre, que acuna los restos de una mujer
embarazada. Una de sus manos acaricia el vientre abultado, ríos de
sangre y carne donde debería de estar el fruto de su amor.
Verlo
no hace más que aumentar la angustia de tu propio corazón. Te tapas
el rostro con ambas manos, sintiéndote aún más solo y desesperado.
Quisieras gritar y maldecir al mundo por haber concebido la crueldad
en forma divina.
El sonido de las teclas de un piano te llega, notas tristes de un pasado que alguna vez fue hermoso y prometedor. Los dedos se mueven ágiles, tocando aquella pieza que tanto llenaba tu alma. Las pausas, los suspiros, los tonos graves y agudos, mezclados con la agonía de los hombres que todavía siguen vivos.
El sonido de las teclas de un piano te llega, notas tristes de un pasado que alguna vez fue hermoso y prometedor. Los dedos se mueven ágiles, tocando aquella pieza que tanto llenaba tu alma. Las pausas, los suspiros, los tonos graves y agudos, mezclados con la agonía de los hombres que todavía siguen vivos.
Te
preguntas una y otra vez porqué tuviste la desgracia de sobrevivir;
porqué no tuviste la suerte de irte en paz con las personas que
querías.
El
cielo encapotado advierte la lluvia inminente. Relámpagos centellean
como fuego fatuo, truenos retumban como tambores llamando a las
armas.
Pronto,
las gotas empiezan a repiquetear. Te gusta pensar que lloran a los
caídos. Que lamentan la corrupción de los dioses. Piensas que toda
esa agua purifica y limpia la putrefacción.
Oyes
a lo lejos el rugir de los dragones moribundos, los llorosos cánticos
de las sirenas.
Vuelves
a pensar en tus amigos, en tus familiares. Ves el rostro del amor de
tu vida sonreírte, mientras sigue tocando las teclas del
piano.
Todos se han ido al etéreo, sus almas eternas.
Todos se han ido al etéreo, sus almas eternas.
Pero
tú estás solo.
Las
gotas de lluvia se mezclan con las lágrimas, que ya no eres capaz de
contener.
Lo has perdido todo.
Lo has perdido todo.
Ya
no queda nada en este mundo para ti, lo sabes. No hay un hogar al que
volver. No hay amigo con el que beber y fumar, mientras se cuentan
historias de viajes mágicos. No hay padre a quién pedir consejo,
madre a la que alabar por una buena comida, ni hermanos a los que
visitar.
No
está el amor, que murió besado por el fuego.
Bajas
la mano hasta tu cintura y sacas de la funda de cuero, la daga con la
que tantas vidas arrebataste en un pasado.
«Me he sumergido en este vacío del que no puedo escapar. Me he rendido.»
«Me he sumergido en este vacío del que no puedo escapar. Me he rendido.»
El
brillo del metal vuelve más tentador tu deseo.
La
música sigue sonando, los tambores retumban en tu pecho y la sombra
de la muerte se cierne sobre ti.
Sientes un frío penetrante allí donde te has clavado el acero. Duele, pero no puedes evitar esbozar una sonrisa.
La imagen de tu amor te asola en tus últimos momentos.
Sientes un frío penetrante allí donde te has clavado el acero. Duele, pero no puedes evitar esbozar una sonrisa.
La imagen de tu amor te asola en tus últimos momentos.
No
hay visión más dulce.
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