Carta a mamá
y papá:
Ahora mismo
solo puedo imaginar una ínfima parte de cómo os sentís. Sé que no
será fácil y que al principio estaréis enfadados conmigo. Pero
también muy tristes.
Necesito que
entendáis lo que quiero, lo que deseo con toda mi alma. Y eso es
algo que aquí no voy a encontrar, ¿quién iba a pensar que en los
sueños iba a encontrar mi propósito? Si alguien me lo hubiese
dicho, jamás le hubiera creído; ni una sola palabra.
Todo comenzó
hace un par de meses, cuando empecé a tener esos problemas para
dormir. Apenas llegaba a las cuatro horas y eso si pasaba buena
noche. Los días se me hacían eternos, los segundos duraban horas.
Recuerdo levantar la vista para mirar aquel reloj de plástico de
clase y ver que las manecillas se detenían, obstinadas. Yo pensaba
que se reían de mí, en su manera de fastidiarme un poco más,
dilatando el tiempo.
Mantener la
atención a las monótonas voces de los profesores era toda una
odisea. Y cuando me tocaba leer algún párrafo o ir a la pizarra a
resolver un ejercicio, la tarea de mantener los ojos abiertos se
convertía en toda una tortura medieval.
Cuando no
puedes dormir, hasta la pregunta más simple: “¿me dices la hora?”
se convierte en un rompecabezas solo apto para superdotados. No podía
seguir así.
Simplemente
no quería.
Recuerdo
perfectamente mi primera visita a la farmacia. Me cuesta describir la
sensación de alivio que sentí cuando la farmacéutica puso la
cajita en mis manos. Entre las ojeras y mi pelo enmarañado, la pobre
mujer debió pensar que me faltaba un tornillo.
Esa noche
dormí ocho horas por primera vez en meses. Y lo que vi, fue
maravilloso.
¿Sabes
cuando te privan de algo tanto tiempo que te olvidas de cómo era?
Pues igual. Volver a soñar fue como estar meses sin comer tu dulce
favorito y un día volver a probarlo. Si tuviera que describirlo con
los cincos sentidos diría que sabía a estrellas. Olía a noche. Se
sentía como rocío cálido de verano. Se veía como un arcoíris en
un día nublado a través de un caleidoscopio. El sonido era como tu
canción favorita pero infinitamente mejor.
Tan hermoso
era lo que presenciaba por las noches, que cada vez tomaba más
pastillas para estar más tiempo ahí, en ese otro mundo. Cualquier
cosa que podáis imaginar está ahí, en el Reino de Morfeo.
Lo conocí
durante una de mis incursiones nocturnas en su gran palacio onírico,
que estaba hecho de las más blancas y finas arenas, constantemente
cayendo y subiendo; cambiando su aspecto con las horas
El dios me
sorprendió intentando cabalgar a Fenrir, el gran lobo, que no dejaba
de perseguirme con la mirada.
Su primera
reacción fue tocarme. Sus dedos estaban cargados de una energía
desconocida para mí, al tacto me dejó una sensación mágica y
placentera. Recuerdo girarme y recrearme en sus orbes, su luz me
recordaba a galaxias navegando en el basto espacio. En su pelo de
ébano habitaban hadas.
No le hizo
falta preguntarme, ya sabía mi nombre.
“Selene”
resonó en los pasillos vacíos. Su voz era suave, arrulladora; pero
a la vez era intensa.
Estaba
segura de que no podía estar soñando, mucho menos estar dormida. Y
para comprobarlo, acerqué sin miramientos mi mano hasta el rostro
perdido de Morfeo. La misma sensación de antes me recorrió, desde
las yemas de los dedos hasta las puntas de mis cabellos. Aunque para
entonces debería de estar más que asustada, en mi cuerpo reinaba
tranquilidad. Y una emoción de reencuentro.
A estas
alturas pensaréis que estoy loca. Yo también.
En los
últimos días, sabéis que faltaba a clase. Tomaba pastillas y
dormía, horas y horas, paseando por las arenas del tiempo con
Morfeo. Él me susurraba historias, leyendas y mitos sobre la
estrellas; decía que eran dioses profundamente dormidos.
Me guiaba por su mundo etéreo, por cada recoveco, hasta el punto que a pesar de ser interminable, yo lo conocía. Una noche me señaló un extraño agujero negro que había sobre los cielos de su castillo y me preguntó qué pensaba.
—Parece que falta algo —le dije.
—Sí, falta mi luna, que desapareció hace mucho tiempo.
El aullido de Fenrir se dejó oír, monstruoso; en ese momento desperté. Estuve todo el día ofuscada, inquieta. Quería seguir hablando con Morfeo, preguntarle qué había pasado. Quería tomar más pastillas y dormir, pero vosotros empezabais a sospechar y no podía permitir que me quitarais mi única manera de soñar. Al caer la noche, me metí corriendo en la cama, tragué una pastilla sin agua y cerré los ojos.
Me guiaba por su mundo etéreo, por cada recoveco, hasta el punto que a pesar de ser interminable, yo lo conocía. Una noche me señaló un extraño agujero negro que había sobre los cielos de su castillo y me preguntó qué pensaba.
—Parece que falta algo —le dije.
—Sí, falta mi luna, que desapareció hace mucho tiempo.
El aullido de Fenrir se dejó oír, monstruoso; en ese momento desperté. Estuve todo el día ofuscada, inquieta. Quería seguir hablando con Morfeo, preguntarle qué había pasado. Quería tomar más pastillas y dormir, pero vosotros empezabais a sospechar y no podía permitir que me quitarais mi única manera de soñar. Al caer la noche, me metí corriendo en la cama, tragué una pastilla sin agua y cerré los ojos.
Al abrirlos
estaba flotando sin rumbo, atravesando mundos y vigilada de cerca por
Fenrir, que corría detrás de mí dejando una estela de nubes
cósmicas.
Las fauces
del gran lobo se abrían y se cerraban intentando apresarme, pero no
podía sentir miedo entre los brazos de Morfeo. Él era mi guardián.
—Tengo que
regresar, ¿verdad? —le pregunté.
—Ya estás
aquí.
—Siento
haberme ido tanto tiempo —lágrimas como perlas acariciaron mis
mejillas.
—No
importa Selene —me susurró. Sus besos sabían a lluvia y miel—.
No vuelvas a abandonarme.
Nos quedamos
así hasta que vino mamá a despertarme. Sabía lo que tenía que
hacer, pero temía que vosotros no lo entendierais si intentaba
explicarlo. No es fácil decirle a un padre que te vas y que no vas a
volver.
Os escribo
esta carta, pero no siento tristeza ni dolor. Estoy feliz, porque por
fin puedo volver. Soñar para siempre, acompañada de Morfeo como su
Luna, en el Reino del que caí cuando desperté de mi sueño
inmortal.
Me he
tomado todas las pastillas que quedaban y empiezo a notar sus
efectos. Siento como si alguien estuviera apagando todos los
interruptores de mi cuerpo, pero no siento miedo alguno. Morfeo me
espera, llamándome a ocupar mi lugar.
Hasta
siempre mamá y papá. Os visitaré en sueños. Os querré
eternamente,
Selene,
la luna perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario