martes, 10 de marzo de 2015

Entre los brazos de Morfeo

Carta a mamá y papá:

Ahora mismo solo puedo imaginar una ínfima parte de cómo os sentís. Sé que no será fácil y que al principio estaréis enfadados conmigo. Pero también muy tristes.
Necesito que entendáis lo que quiero, lo que deseo con toda mi alma. Y eso es algo que aquí no voy a encontrar, ¿quién iba a pensar que en los sueños iba a encontrar mi propósito? Si alguien me lo hubiese dicho, jamás le hubiera creído; ni una sola palabra.
Todo comenzó hace un par de meses, cuando empecé a tener esos problemas para dormir. Apenas llegaba a las cuatro horas y eso si pasaba buena noche. Los días se me hacían eternos, los segundos duraban horas. Recuerdo levantar la vista para mirar aquel reloj de plástico de clase y ver que las manecillas se detenían, obstinadas. Yo pensaba que se reían de mí, en su manera de fastidiarme un poco más, dilatando el tiempo.
Mantener la atención a las monótonas voces de los profesores era toda una odisea. Y cuando me tocaba leer algún párrafo o ir a la pizarra a resolver un ejercicio, la tarea de mantener los ojos abiertos se convertía en toda una tortura medieval.
Cuando no puedes dormir, hasta la pregunta más simple: “¿me dices la hora?” se convierte en un rompecabezas solo apto para superdotados. No podía seguir así.
Simplemente no quería.
Recuerdo perfectamente mi primera visita a la farmacia. Me cuesta describir la sensación de alivio que sentí cuando la farmacéutica puso la cajita en mis manos. Entre las ojeras y mi pelo enmarañado, la pobre mujer debió pensar que me faltaba un tornillo.
Esa noche dormí ocho horas por primera vez en meses. Y lo que vi, fue maravilloso.
¿Sabes cuando te privan de algo tanto tiempo que te olvidas de cómo era? Pues igual. Volver a soñar fue como estar meses sin comer tu dulce favorito y un día volver a probarlo. Si tuviera que describirlo con los cincos sentidos diría que sabía a estrellas. Olía a noche. Se sentía como rocío cálido de verano. Se veía como un arcoíris en un día nublado a través de un caleidoscopio. El sonido era como tu canción favorita pero infinitamente mejor.
Tan hermoso era lo que presenciaba por las noches, que cada vez tomaba más pastillas para estar más tiempo ahí, en ese otro mundo. Cualquier cosa que podáis imaginar está ahí, en el Reino de Morfeo.
Lo conocí durante una de mis incursiones nocturnas en su gran palacio onírico, que estaba hecho de las más blancas y finas arenas, constantemente cayendo y subiendo; cambiando su aspecto con las horas
El dios me sorprendió intentando cabalgar a Fenrir, el gran lobo, que no dejaba de perseguirme con la mirada.
Su primera reacción fue tocarme. Sus dedos estaban cargados de una energía desconocida para mí, al tacto me dejó una sensación mágica y placentera. Recuerdo girarme y recrearme en sus orbes, su luz me recordaba a galaxias navegando en el basto espacio. En su pelo de ébano habitaban hadas.
No le hizo falta preguntarme, ya sabía mi nombre.
“Selene” resonó en los pasillos vacíos. Su voz era suave, arrulladora; pero a la vez era intensa.
Estaba segura de que no podía estar soñando, mucho menos estar dormida. Y para comprobarlo, acerqué sin miramientos mi mano hasta el rostro perdido de Morfeo. La misma sensación de antes me recorrió, desde las yemas de los dedos hasta las puntas de mis cabellos. Aunque para entonces debería de estar más que asustada, en mi cuerpo reinaba tranquilidad. Y una emoción de reencuentro.
A estas alturas pensaréis que estoy loca. Yo también.
En los últimos días, sabéis que faltaba a clase. Tomaba pastillas y dormía, horas y horas, paseando por las arenas del tiempo con Morfeo. Él me susurraba historias, leyendas y mitos sobre la estrellas; decía que eran dioses profundamente dormidos.
Me guiaba por su mundo etéreo, por cada recoveco, hasta el punto que a pesar de ser interminable, yo lo conocía. Una noche me señaló un extraño agujero negro que había sobre los cielos de su castillo y me preguntó qué pensaba.
—Parece que falta algo —le dije.
—Sí, falta mi luna, que desapareció hace mucho tiempo.
El aullido de Fenrir se dejó oír, monstruoso; en ese momento desperté. Estuve todo el día ofuscada, inquieta. Quería seguir hablando con Morfeo, preguntarle qué había pasado. Quería tomar más pastillas y dormir, pero vosotros empezabais a sospechar y no podía permitir que me quitarais mi única manera de soñar. Al caer la noche, me metí corriendo en la cama, tragué una pastilla sin agua y cerré los ojos.
Al abrirlos estaba flotando sin rumbo, atravesando mundos y vigilada de cerca por Fenrir, que corría detrás de mí dejando una estela de nubes cósmicas.
Las fauces del gran lobo se abrían y se cerraban intentando apresarme, pero no podía sentir miedo entre los brazos de Morfeo. Él era mi guardián.
—Tengo que regresar, ¿verdad? —le pregunté.
—Ya estás aquí.
—Siento haberme ido tanto tiempo —lágrimas como perlas acariciaron mis mejillas.
—No importa Selene —me susurró. Sus besos sabían a lluvia y miel—. No vuelvas a abandonarme.
Nos quedamos así hasta que vino mamá a despertarme. Sabía lo que tenía que hacer, pero temía que vosotros no lo entendierais si intentaba explicarlo. No es fácil decirle a un padre que te vas y que no vas a volver.
Os escribo esta carta, pero no siento tristeza ni dolor. Estoy feliz, porque por fin puedo volver. Soñar para siempre, acompañada de Morfeo como su Luna, en el Reino del que caí cuando desperté de mi sueño inmortal.
Me he tomado todas las pastillas que quedaban y empiezo a notar sus efectos. Siento como si alguien estuviera apagando todos los interruptores de mi cuerpo, pero no siento miedo alguno. Morfeo me espera, llamándome a ocupar mi lugar.
Hasta siempre mamá y papá. Os visitaré en sueños. Os querré eternamente,

Selene, la luna perdida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario